martes, 20 de marzo de 2012

Sugerencia de lectura (Prof. Paula Barbarán)


La música hecha arte

Por Alicia de Arteaga | LA NACION

Ver para creer. Esta noche es la última cita con Roger Waters, artífice de un espectáculo tan difícil de clasificar como el arte contemporáneo. Rock sinfónico cargado de mensaje, más cerca de Broadway que del recital puro y duro, no está animado por el fervor contagioso.
Distante, Roger Waters se mueve como un artista de culto, despojado de su capote de dictador, corre por el escenario, eternamente joven a los 68. Eso también es magnético. The Wall es una pieza de arte conceptual. En la pared está grabado el rostro del padre muerto y de todos los muertos por la intolerancia, la injusticia. Es el muro que partió Berlín en dos y separa a palestinos de israelíes. Pero es, sobre todo, la pared de los miedos, del aislamiento, de la soledad, de la incomunicación. El contenido que le quiera poner cada uno de los 450.000 espectadores que cuando termine el ciclo habrán pasado por el Monumental con la mochila de los recuerdos, con la nostalgia que agiganta el himno "Another brick in the wall" cantado por 15 chicos de La Cava. Un oratorio.
En la pared virtual se estrella un avión de utilería y estalla la artillería de fuegos de artificio. Como el helicóptero que aterrizaba en el escenario de Broadway en la recordada Miss Saigon , Waters fuerza el límite de lo posible. También explora en los límites de la percepción con imágenes bellas, provocativas, angustiantes y sensuales. Un impresionante fresco de más de cien metros pintado con los recursos de la tecnología.
Récord de recitales, récord de público y de recaudación. ¿Cómo un británico, casi hermético, autor de una obra que tiene 30 años, empujada a la popularidad máxima al vender 44 millones de placas, que relata una historia políticamente incorrecta, transgresora y biográfica puede convertirse en el espectáculo más visto en la Argentina? Nadie tiene la respuesta. Detrás de la escena hay un afiatado equipo de ingenieros, 90 genios que montan el asombro hecho pantalla, y están las antenas marketineras de Antonio de la Rúa, el amigo de Roger. El factótum.
Como Philippe Parreno y Douglas Gordon, cuando con 17 cámaras filmaron en tiempo real a Zidane jugando en el Santiago Bernabeu su último partido en el Real Madrid, la puesta de Roger Waters ingresó en la historia del arte. Aquel retrato de Zizou detrás de la pelota durante 90 minutos se proyectó en el estadio St. Jacques de Basilea y fue la mejor obra de Art Basel 2006.
En la ciudad crispada, Rogers Waters ha puesto el corazón de pie, el alma en la punta de la mano, con ese quieto y luminoso celular que nos vuelve dioses, capaces de hacer del instante fugaz un momento infinito..

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